Nunca creí que diría esto: me gustan los cuarenta. En mi imaginario eran la última frontera, la última oportunidad, el inicio del descenso tras haber tocado no sé qué cumbre. Y de repente estoy aquí y… oye, ¡qué bien me siento!
Mis 20 fueron bastante inseguros e indecisos, llenos de esas contradicciones tan típicas como presumir de libertad para luego ser prisionera de tus propios miedos. Los 30 son una estafa, queridas. Entre la maternidad responsable, el desarrollo profesional y la quimera de la conciliación, te pasas esa decena corriendo de un lado a otro como gallina sin cabeza, pendiente de todo y de todos, intentando demostrar que somos profesionales exitosas, buenas madres, mejores esposas y mujeres diez, aguantando el tirón de las libidos siempre desacompasadas entre tu pareja y tú.
Y de repente un día, llegas a los cuarenta y parece que el horizonte empieza a emborronarse, pero tranquilas, es sólo un espejismo pasajero fruto de la presión a la que nos somete el mito de la eterna juventud en que vivimos. (¡Muerte al photoshop!) Después del susto (o crisis) inicial de llegar hasta aquí, asomas la cabeza, empiezas a quitarte todos esos sombreros con los que has desfilado, tan chula tú, en la treintena y subes un escaloncito para mirar alrededor con otra perspectiva, la de pensar un poco más en nosotras mismas, que ya es hora ¿no?
Por eso estoy tan a gusto en mis cuarenta y tantos. Ahora sé lo que quiero y lo que no, y lo defiendo aunque me equivoque y deba rectificar (que lo hago a menudo); digo lo que pienso, sin complejos, y me callo poco;
me siento bien en mi propia piel y en este cuerpo que por fin he aceptado, con sus curvas y sus arrugas, con mi tripita, mis cartucheras y mis pechos algo caídos. Sé dónde quiero estar y con quién; quiénes son mis amigos y quiénes no, hasta dónde quiero llegar en cada momento, cuál será mi próximo viaje.
A estas alturas, no tengo que ir de nada, ni fingir lo que no siento.
Y… ¡sorpresa! ¡Parece que no soy la única! Las amigas de mi entorno se sienten parecido (cada una con nuestras cosillas, claro).
Así que las mujeres como nosotras vivimos los cuarenta como si empezara la verdadera fiesta: con ganas de marcha, de sentirnos atractivas y deseables en esta nueva seguridad y disfrute con los que nos movemos en la vida, de dedicar tiempo y esfuerzo a lo que de verdad nos apetece, de elegir nuestras batallas y nuestras celebraciones, de no perder tiempo en lamentar las cosas que te has perdido.
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