¿Qué celebrar el día de San Valentín después de 20 años de matrimonio?

Que 20 años son muchos. Y si hablamos de amor, de pasión, de seducciones y enamoramientos… ni te cuento. Pensaba yo que San Valentín es un día de exaltación tan comercial como artificial del amor romántico, y por lo tanto, más dirigido a novios o parejas recientes que a las de larga duración. Pensaba yo (y lo pienso), que de nada vale desempolvar los corazones, llenarlos de purpurinas y mentar a San 14 de febrero para arreglar desarreglos de días, semanas, meses. Pensaba yo, mujer poco romántica que sucumbió a un hombre que sí lo es (perdón por confesar intimidades, amor), que qué vamos a celebrar nosotros el día de San Valentín, que lo tenemos todo celebrado, enamoramientos, luna de miel, bodas, bautizos y comuniones, amén de altibajos varios. Después de más 20 años de matrimonio (o en pareja, que da lo mismo), ¿qué nos vamos a contar nuevo que no sepamos? ¿Para qué necesitamos nosotros un 14 de febrero?

Mi primera respuesta fue: para nada.

Pero luego, pensándolo mejor, me dije: “Será porque no queremos, porque si alguien puede celebrar de verdad el amor real somos los que hemos aprendido a practicarlo y mantenerlo día a día”. Porque, oye, si al cabo de tantos años en pareja todavía seguimos queriéndonos, será que algo hemos hecho bien. Y entonces me senté a pensar qué demonios hemos hecho bien para llegar hasta aquí (lo malo también cuenta, que de superarlo se hace el camino, pero no es el tema ahora). Y esto es lo que me ha salido:

9 razones y una declaración para celebrar San Valentín tras más de 20 años en pareja

  1. Compases, ritmos y expectativas. Los ajustes “finos” en una pareja llevan su tiempo y la convivencia los pone a prueba. En nuestro caso, que veníamos de vivir en piso compartido y pudimos disfrutar de unos años sin hijos, esa parte fue bastante fácil. Lo difícil llegó después, con el nacimiento de los niños. Ahí todo se trastocó y el reajuste fue más duro, más exigente, con sus más y sus menos. Pero lo conseguimos. ¡Ya solo nos queda superar la última fase de la adolescencia!
  2. En pie de igualdad. Sobre esto nunca ha habido ninguna discusión, por suerte. Las cosas estuvieron claras desde el principio: mi trabajo era tan importante como el suyo, aunque lo cierto es que el mayor peso de la conciliación recayó sobre mí durante la infancia de los niños. Aun así, no me puedo quejar: él siempre se ha implicado mucho en las tareas de casa, pone lavadoras, recoge habitaciones, si hay que planchar, plancha. Y la cocina la deja como los chorros del oro después de cocinar.
  3. Tanto monta monta tanto (en lo que se refiere a la educación de los críos). Una clave importante cuando los niños empezaron a crecer fue que ambos compartimos una misma visión de la educación. Nos somos padres agonías ni hiperprotectores, los niños no han dominado nuestras vidas ni se han puesto por delante de la pareja. Creo que hemos manejado bien esos equilibrios tan necesarios para la buena convivencia familiar y de pareja.  Y nunca, jamás, hemos cuestionado ninguna decisión del otro ante los chicos. Si hay algo sobre lo que tenemos alguna idea distinta, siempre lo hemos hablado nosotros dos aparte, en otro momento.San Valentín después de 20 años de matrimonio
  4. No intentes cambiarme. Una vez ha terminado la etapa dulce del enamoramiento en la que prefieres no ver los defectos del otro o piensas que ya los cambiarás, llega la realidad del detalle, esas aristas que no se veían en la foto idílica del “tú y yo felices para siempre”.  Tal vez podamos cambiar comportamientos, pero es difícil cambiar formas de ser. Y la realidad es que intentar cambiar al otro genera rechazo, conflictos. No funciona. Lo único que funciona (en mi opinión) es que el amor y el compromiso por parte de ambos sea lo suficientemente fuerte para que cada uno cambie por sí mismo lo necesario para adaptarse al otro y hacer que funcione. Lo único que funciona es el respeto, la confianza y la honestidad. No creo que esté en nuestra mano cambiar a nadie. Y eso me lleva a…
  5. Que nos conocemos… Después de tantos años sabemos muy bien cuáles son nuestros respectivos puntos fuertes y nuestros puntos débiles, y creo que hemos sabido sacarles provecho para gestionar, primero la convivencia y luego, la «adolescentia horribilis» en casa. Yo tengo poca paciencia, pero soy bastante tranquila y doy buenas chapas charlas de motivación. Él elude los conflictos, pero en momentos de tensión pone calma, serenidad y transmite autoridad. En esos momentos más difíciles, hemos coordinado estrategias para apoyarnos y nos ha ido bien. (Aunque nunca dejas de aprender para la próxima).
  6. Así que pasen cien años. A pesar del tiempo y de conocernos del derecho y del revés… todavía nos admiramos y nos sorprendemos mutuamente. Quizá parezca una contradicción,  pero aún hay cosas que no te esperas. Un detalle, una reacción, una decisión. ¿Por qué? Creo que es porque nunca hemos dejado de cambiar, de evolucionar, de adaptarnos, juntos y por separado.

    Paul Newman y Joanne Woodward
    Paul Newman y Joanne Woodward
  7. Al sexo lo que es del sexo. Más allá de las fases de cansancios, desganas y aburrimientos, el sexo ha mejorado con el transcurso de los años. Es cierto que puede haber cierta monotonía, que te las ves y te las deseas para poder estar a solas, que a veces, prefieres ver un capítulo más de tu serie favorita que ponerse “manos a la obra”, pero no es menos cierto que ya metidos “en harina”, la experiencia es mejor porque nos conocemos a fondo, compartimos más intimidad y también la confianza absoluta para expresar nuestros deseos más íntimos.
  8. Mi espacio, su espacio. Él tiene sus hobbies, yo los míos. Él tiene sus amigos; yo, los míos. Él necesitaba su espacio personal…. ¡Y yo el mío! Esto no siempre ha sido tan equilibrado, claro. Cuando los niños eran pequeños, él mantuvo su espacio personal, mientras que yo prefería dedicar el mío a estar con los niños. ¿Me molestaba que no hiciera él lo mismo? Sí, mucho. Dio para un puñado de discusiones hasta que los niños comenzaron a ser autónomos y recuperé mi espacio propio. Y ya no me lo quita nadie.
  9. Compenetración. Decía Johnny Cash en la carta que le escribió a su mujer, June Porter, en su 65 cumpleaños:

    “Nos hacemos viejos y nos acostumbramos el uno al otro. Pensamos parecido. Nos leemos la mente. Sabemos qué quiere el otro sin preguntarlo. A veces, nos irritamos un poco el uno al otro. Tal vez, a veces, nos damos por sentado. Pero hay ocasiones, de vez en cuando, como hoy que lo medito, en que me doy cuenta de la suerte que tengo por compartir mi vida con la mujer más extraordinaria que he conocido».

    Sin estar en esa edad, creo que nosotros estamos en ese punto: compartimos proyectos e ideas, sabemos lo que piensa el otro (a veces, me sorprende ver que hemos hecho la misma relación de ideas ante algo externo y sin conexión), nos respetamos y nos queremos por encima de las quejas o reproches que nos hagamos.

Y sinceramente, pienso que yo también he tenido mucha suerte al compartir mi vida con un hombre así. Así que… ¡tal vez sí tengamos algo que celebrar el día de San Valentín!

Y vosotras, ¿qué celebráis en San Valentín después de tantos años de matrimonio?

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